El Mito Guadalupano


Cuenta la leyenda que en 1531, la Virgen de Guadalupe se le apareció al indio Juan Diego en el cerro del Tepeyac. Roberto Marmolejo Guarneros, editor adjunto de la revista Balance, revisa los argumentos históricos que desmontan el mito.
(CNNMéxico) — Cuando intenté cursar la licenciatura en literatura hispánica en la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, un buen amigo muy católico —sigue siéndolo— que estudiaba Historia en los ya lejanos años 80, me recomendó Destierro de sombras (UNAM, 1986), un libro del gran historiador mexicano Edmundo O’Gorman sobre el origen del guadalupanismo mexicano. Pensé —ignorante— que sería un alegato en favor de las apariciones, sorpresivamente el texto era un ensayo histórico que apuntaba a la invención de un culto mariano por sacerdotes españoles unos 30 años después de terminada la conquista. Como escribió el científico y divulgador Carl Sagan: “Afirmaciones extraordinarias requieren siempre de evidencia extraordinaria.” Y las apariciones de la Virgen de Guadalupe o la existencia de Juan Diego, son tan extraordinarias que requerirían pruebas de tales dimensiones. Y no las hay: ni históricas ni materiales. Y don Edmundo O’Gorman las exponía magistralmente. Para empezar, el supuesto testigo del milagro de la tilma y primer obispo de México, fray Juan de Zumárraga, nunca documentó haber presenciado tal prodigio. Es más, su propia orden, años después desautorizaba la devoción a la virgen del santuario del Tepeyac por idólatra: en ese mismo sitio los indios había venerado a Tonantzin, una diosa prehispánica. Y hasta el siglo XVII no aparecieron textos, como el Nican Mopohua, que documentan las apariciones y le empiezan a dar forma a la leyenda como hoy la conocemos. Después de los franciscanos, siguió habiendo dentro de la iglesia católica personajes que se opusieron a dar crédito a las apariciones de la Virgen de Guadalupe. En 1895, monseñor Eduardo Sánchez Camacho, obispo de Tamaulipas renunció a su cargo por considerar que el culto guadalupano “constituye un abuso en perjuicio de un pueblo crédulo y en su mayoría ignorante”. Fray Servando Teresa de Mier —pionero de nuestra independencia— la llamó “leyenda piadosa”. En 1996, el mismísimo encargado de la basílica, Guillermo Schulenburg, negó que la existencia de Juan Diego estuviera comprobada. Y si “el más pequeño de mis hijos” no ha sido real, ¿a quién se le apareció la portentosa madre de Dios? Se podría alegar que la misma imagen es prueba del milagro. Pero sería hacerle un flaco favor: es una pintura mestiza en estilos, de técnica torpe y retocada muchas veces, que además sufre los embates del tiempo. Si es de origen divino, la deidad utilizó un material muy malo y una manufactura muy deficiente para su obra. Leo una publicación en el Facebook de Luis González de Alba, periodista y divulgador de la ciencia de los que hay pocos en México: “Comparen el tamaño de la imagen con la de Juan Diego: o la imagen del Tepeyac debería tener sólo un metro de alto o Juan Diego era un gigante de casi tres metros para llevar un trapo del tamaño que se ve ahora en el Tepeyac amarrado al pescuezo.” Mejor conclusión sobre el mito de Guadalupe yo no iba a lograr. (Por cierto, en Las mentiras de mis maestros, publicado por Cal y Arena Ediciones, Luis dedica un capítulo completo al tema guadalupano.)

Comentarios

Entradas populares